En Iznájar, Córdoba, parece que el calor fuera a asfixiarte, que los olivos se extendieran hasta el infinito y que a los lugareños les cobraran por cada palabra que pronuncian. De eso se da cuenta Ernesto Pitana nada más llegar a su nuevo destino como sargento de la Guardia Civil. Pero lo que aún no sabe es que en la comarca se triplica la tasa de suicidios del resto de España.