Nicomedes Miranda ha pasado los primeros cincuenta años de su vida sin apenas salir de su pueblo. Todo el equilibro de su salud mental se lo debe a la rutina, a su vida sencilla de campo. La llegada a España del turismo masivo augura para su familia un futuro mejor y emigran a una isla en plena ebullición que cambiará radicalmente su forma de vivir y de sentir, un aire fresco que asusta al torpe y sórdido tardofranquismo.