Los mitos griegos se entrelazan en esta obra como un «sedoso damasco» que su autor se encarga de desurdir para nosotros mediante un diálogo constante con el lector. Una vez dejamos que Ruskin nos guíe a través de los mitos de Atenea, resulta difícil volver a pensar en ellos, si es que alguna vez lo hemos hecho, como historias excéntricas u obsoletas.