Roberto Juarroz fue uno de los poetas argentinos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Desde la publicación de su primera «Poesía vertical» (1958), le sucedieron otras doce en vida. Todos sus libros mantuvieron ese título al que solo añadía el ordinal, lo que supone una declaración de intenciones: profundizar en la poesía como una forma de pensamiento; no buscar la originalidad entendida como experimentos formales; huir de las modas y de la consideración de la poesía como un «arte» sometido al juicio y al aplauso del crítico. Su rigor extremo se manifiesta en la semejanza de cada uno de sus libros: similares símbolos, estilo y temas (el mundo, la realidad, la poesía, el hombre), siempre filosóficos, nunca anecdóticos, biográficos, históricos o sociales.
Una red de mirada
mantiene unido al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.